El jueves por la mañana, Yuval Doron Castelman ―un nombre que hoy conoce todo Israel― entraba por carretera a Jerusalén para ir a su trabajo. De repente, dos palestinos salieron de un coche, comenzaron a abrir fuego contra quienes esperaban en una parada de autobús y mataron a tres. Castelman, expolicía con permiso de armas, se bajó con velocidad del vehículo, se acercó a los atacantes y los disparó antes de que huyesen.
Las primeras informaciones en los medios de comunicación siguieron el ritmo habitual: alerta con el atentado, balance creciente de muertos, reivindicación (de Hamás) y felicitaciones a quienes “neutralizaron” (según la jerga oficial) a los atacantes.
Faltaba, sin embargo, una pieza: un cuarto muerto que al principio no encajaba en el puzle y cuya explicación ha acabado convertida, con el paso de los días, en un debate nacional que salpica al primer ministro, Benjamín Netanyahu, y pone sobre el tapete los peligros del gatillo fácil, del reparto masivo a civiles de permisos de armas y de la creciente presencia en el ejército de colonos ultranacionalistas. En este caso, deseoso de marcar en el arma la muesca de un palestino muerto.
El cuarto cadáver era Castelman. El “héroe de Israel” ―como lo llama ahora Netanyahu tras hacer de menos la tragedia― comenzó a recibir disparos de un reservista del ejército que no había visto lo sucedido y lo confundió con uno de los atacantes. Aún herido, Castelman leyó muy bien la situación: alzó las manos en medio de la carretera, se quitó el abrigo para mostrar que no llevaba un cinturón explosivo, gritó en hebreo: ‘¡No dispares, soy judío, soy israelí!’ y hasta lanzó la cartera para que lo comprobasen por el documento de identidad. El soldado, sin embargo, lo remató, como recoge con claridad un vídeo del momento. Al día siguiente, habría cumplido 39 años.
Lo excepcional no es el final. Varios atentados palestinos han acabado a lo largo de los años en la ejecución del atacante cuando difícilmente presentaba ya peligro, entre el aplauso de la derecha y el silencio de otros. Como dijo en 2016 el ultraderechista Bezalel Smotrich, hoy ministro de Finanzas: “Un terrorista que sale a dañar judíos no vuelve con vida. Punto”. Este modus operandi suele generar poco debate, salvo en casos paradigmáticos que difunden organizaciones de derechos humanos, como uno que muchos recuerdan estos días: Elor Azaria. Es el soldado israelí que en 2016 cargó con calma su rifle, se acercó y disparó en la cabeza a un palestino que yacía, herido y completamente inmóvil, tras haber apuñalado a un militar en la ciudad cisjordana de Hebrón. Su juicio dividió al país, con manifestaciones multitudinarias, y convirtió a Azaria ―que pasó nueve meses en la cárcel― en mártir de la derecha.
Lo diferente en este caso es que Doron se jugó la vida para frenar el atentado y la acabó perdiendo por disparos de un compatriota. La indignación de la familia ha ido aumentando en paralelo al surgimiento de más detalles. “Mi hijo ha sido asesinado. No hay otra definición para lo que le han hecho,” aseguró su padre, Moshe, al diario Yediot Aharonot. Su hermana Shaked señaló que “fue simplemente ejecutado”, pese a haber “actuado de la manera más profesional posible” por su pasado policial. “No hay otra forma de ver las cosas”, agregó antes de lamentar verse en “una guerra para que se haga justicia”, en vez de lidiar con el duelo.
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Los dos soldados que dispararon estaban de espaldas al atentado. No lo vieron y luego se echaron al suelo. Al levantarse comenzaron a disparar con armas largas contra los que creían los atacantes. El que remató a Castelman es Aviad Farija, un ultranacionalista religioso que se define como “joven de las colinas”, el término para los colonos más ideológicos ―y en ocasiones violentos― en Cisjordania.
La presión ha llevado a que la policía militar lo interrogase y le retirara el arma este lunes, cuatro días después del incidente. También a la apertura de una investigación que la policía ―en manos de otro ultraderechista, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir― compartirá con el ejército, que ha criticado lo sucedido.
“Hacer una X”
Esta es la conversación que Farija, el que disparó contra Castelman, mantuvo poco después con un periodista del canal 14 de la televisión nacional, el favorito de la derecha:
― Dicen que eres un héroe
― Lo sé. Una gran suerte
— ¿Qué quieres decir?
― Estaba en el momento adecuado en el lugar adecuado, pero todos los soldados del ejército israelí se mueren por hacer una X [marcar la muesca de un muerto]
― ¿Hicisteis confirmación de la muerte?
― Sí, disparamos hasta que cayeron muertos
Aunque Castelman tenía desde hace tiempo licencia para llevar pistola, su muerte ha reabierto el debate sobre el riesgo de accidentes o disparos gratuitos que supone armar a cada vez más civiles. “No debemos tener miedo a hablar de ello, a ponerlo sobre la mesa”, dijo este lunes el presidente, Isaac Herzog, durante una visita a la familia para presentar sus condolencias y “pedir perdón” en representación de la nación.
El número de licencias de armas para civiles ya venía aumentando en los últimos años al calor de los picos de violencia ―que suelen impulsar las peticiones― y de cambios legales. Pero el ataque de Hamás el 7 de octubre ―en el que cientos de civiles fueron asesinados o secuestrados mientras las fuerzas de seguridad tardaban horas en llegar― las ha disparado.
Ben Gvir ―que ya había relajado las normas― ha extendido potencialmente los permisos desde entonces a otros 400.000 israelíes, y prometido regalar de 10.000 armas de fuego (4.000 de ellas, largas) a colonos. Su ministerio ya ha recibido 260.000 peticiones, de las que 30.000 ya están aprobadas y 50.000, en la fase final. El director general del ministerio, Elazar Ben Harash, y el del departamento de armas, Israel Avishar, han dimitido recientemente. El segundo, porque nombramientos a dedo de Ben Gvir facilitaron en sus oficinas la expedición de permisos que, a su juicio, deben ser revisados. El 30 de octubre, el ministro acudió junto a la gasolinera de Jerusalén en la que un palestino acababa de herir a puñaladas a un policía. Una periodista le preguntó por qué no había visitado aún a los heridos del 7 de octubre. “Estoy ocupado repartiendo armas”, respondió.
Lo que más ha calentado el ambiente es la controvertida reacción inicial de Netanyahu, el sábado en una conferencia de prensa. “Es la vida”, dijo tras defender “continuar con la política” que impulsa su ministro porque tener civiles armados puede conllevar un “precio”, pero “salva vidas”.
El malestar por ese “Es la vida” —“Era difícil elegir unas palabras más indignantes, desdeñosas y ofensivas”, escribía Yoav Limor, comentarista del diario Israel Hayom— le obligó a rectificar a medias. Telefoneó al día siguiente al padre y lo hizo saber en un comunicado en el que define a Yuval como “un héroe de Israel” que “salvó muchas vidas” y cuya muerte será “profundamente investigada”.
El caso no está vinculado a la relajación, en los últimos años, de las normas sobre apertura de fuego, porque en ningún caso permiten disparar a alguien con los brazos en alto, explica por teléfono Roy Yellin, director del departamento de divulgación de la ONG israelí de derechos humanos Btselem. Algunos cambios afectan a zonas de guerra (en la que no entra Jerusalén Este) y otros a la potestad de disparar ―que “se ha convertido en norma en las calles”, critica― si el soldado siente su vida en peligro porque le lanzan piedras o un cóctel molotov.
Para Yellin, se trata más bien del mensaje imperante tras años de declaraciones por parte de políticos derechistas que no quieren atacantes arrestados. “Muchos en el Gobierno hoy apoyaron en su momento a Azaria”, señala. Lo que “se entremezcla” con el perfil ideológico de Farija: “Si hubiese sido un soldado más profesional y sensible a las normas, no lo habría hecho. Pero era uno ideológico y que cree que la vida de un árabe vale menos que la de un judío”.
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