Volodímir Orenchak, directivo de una empresa de importación de bebidas de 53 años, se fue a la cama una noche en Kiev y se despertó en una Ucrania en guerra. Se levantó, abrió la ventana y escuchó explosiones. Se quedó paralizado. “No era pánico, era más bien una especie de estupor. No entendías qué tenías que hacer. Si ir a desayunar, ir a trabajar, no salir de casa… o correr a la oficina de alistamiento militar”, recuerda Orenchak en el documental Los soldados del tanque 27. La cinta de EL PAÍS —que se estrena este domingo en la web del diario— es un retrato íntimo de su nuevo día a día en el frente junto a sus compañeros Alexander Karman (54 años) y Tarás Havrilenko (37), que como medio millón de civiles pusieron su vida en pausa para defender Ucrania de la invasión rusa que cumple dos años.
La vida de estos tres hombres antes del 24 de febrero de 2022 se parecía a la de cualquiera. En sus teléfonos guardan selfis de viajes familiares, fotos de la reforma de un piso, vídeos del cumpleaños de una nieta. Ahora les vemos vestidos de militares, miembros de la 1ª Brigada Blindada de Ucrania, listos para combatir con sus fusiles siempre a mano y ocupándose del tanque 27, un destartalado blindado soviético T-72 que contiene toda la esperanza de una victoria contra Rusia. Como explica Mónica Ceberio, directora del documental, el trabajo “intenta contar qué siente alguien que pasa de vender pan o trabajar en un Ayuntamiento a, de repente, estar combatiendo”. Algo tan impensable como “pasar de las clases de ballet de tu nieta a poder morirte cada día”.
Pepa Bueno, directora de EL PAÍS, describió el documental en el preestreno este viernes en Madrid como “una historia de silencios”. Los que acompañan la soledad de los protagonistas en el frente, las esperas, el silencio que pesa sobre las zonas donde se mata y se muere, los que suponen “la cara b del estruendo de la guerra”. “Con este documental estrenamos un espacio y un compromiso de EL PAÍS con el audiovisual de calidad, una mirada sosegada sobre los acontecimientos que marcan el presente y definen el futuro”, dijo Bueno ante unos 250 suscriptores de los más de 350.000 que tiene el periódico, que asistieron a autoridades como la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz y la ministra de Defensa, Margarita Robles.
Orenchak que llegó a Madrid directamente desde el tanque, reflexionaba junto a su esposa Olha sobre cómo, a pesar de las dificultades, los soldados no se pueden permitir perder la esperanza. “Tenemos que resistir, no tenemos otra opción”, dijo en el coloquio, confiando en que la ayuda internacional se mantenga pese a la fatiga. El alto representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, que participó en la clausura del acto, recordó que “Rusia no ha ganado esta guerra, pero todavía no la ha perdido”. “De que pierda o no pierda va a depender mucho no solo de lo que los ucranianos ponen de su parte, que es mucho y se cuenta en vidas, sino de que lo que el mundo dijo que haría, lo haga”, añadió el jefe de la diplomacia europea, que consideró “inmoral” y una “enorme decepción”, que en Estados Unidos el juego político vincule la ayuda a Ucrania con lo que ocurre en la frontera con México.
La película no va de grandes batallas ni estrategias militares. No se recogen bombardeos ni se ve una gota de sangre. Y, sin embargo, la cinta está impregnada de todo el dolor de la guerra, el miedo y la destrucción que acompaña a los protagonistas en el frente. Cuando Karman atraviesa con su bicicleta Huliaipole, a siete kilómetros del frente de Zaporiyia en abril de 2023, la falsa alegría primaveral del trino de los pájaros y los brotes verdes queda en evidencia en las montañas de escombros a cada lado de la carretera, en las ruinas que antes eran edificios y viviendas, sin una ventana en pie ni una teja en su lugar. En la ausencia casi absoluta de vecinos. “No era un lugar tranquilo. Había muchos soldados viviendo en la zona, en casas abandonadas o en los sótanos de los edificios civiles que quedaban en pie, y los bombardeos rusos eran habituales y duros”, recuerda Ceberio, que convivió con los soldados junto a los periodistas Cristian Segura, Luis de Vega y Carlos Martínez.
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El frente en el siglo XXI
Los autores comparten la estampa poco frecuente de la vida cotidiana en una guerra, contada directamente por los civiles reconvertidos en una hermandad de soldados, sin narradores ni voces en off. Son imágenes que derrumban algunas de las que asociamos a las guerras del siglo XX. Vemos qué comen en un conflicto en el año 2023, dónde duermen, cómo trabajan. Y cómo los móviles les conectan cada día con su familia y les sacan por un instante de ese mundo paralelo de la guerra.
Los 42 minutos que duran Los soldados del tanque 27 se adentran en los sentimientos de tres hombres corrientes ante una batalla para la que no estaban preparados. Orenchak evoca su primera experiencia de combate en mayo de 2022, cuando los rusos les rodearon: “Ves a una persona que está a tu lado tomándose un café y de repente ya no está. Disparas, te disparan. Te alcanzan o no”. “No se puede decir que un momento dé más miedo que otro. El miedo está siempre”, dice Karman. “Cualquier momento podría ser el último”. El más joven, Havrilenko, no puede ocultar su nerviosismo por la contraofensiva. Solo lleva cuatro meses en las Fuerzas Armadas. “Lo primero es controlar la desesperación y el pánico de cada uno”, opina Karman.
La cinta, en la que el equipo de EL PAÍS ha trabajado a lo largo de un año, permite observar la evolución de la guerra. Después de un invierno duro en el que Moscú jugó con el frío como arma, es primavera y los soldados se preparan para la esperada contraofensiva. Trabajan en su tanque, entrenan. Su instructor trata de mantener la moral alta. “No tenemos nada que perder”, proclama. “Dado que todos morimos el 24 de febrero, no se puede matar a un muerto”. Seis meses después, en octubre, las condiciones de los tres soldados han empeorado, han perdido compañeros, se acerca otra vez el invierno y la contraofensiva no ha dado los resultados esperados. “Cada día de guerra afecta a nuestro estado mental”, reconoce Orenchak.
Los tres hombres se preguntan además qué mella dejará en ellos la guerra, cómo será colgar el uniforme cuando por fin puedan hacerlo. Como explica Ceberio, “la gente ha intentado seguir adelante, pero ellos han puesto su vida en pausa”. Havrilenko ya ha visto alejarse a sus amigos civiles, apunta la directora del documental. “Se ha creado un abismo” entre él y sus antiguos amigos, cuenta, porque el contacto con el soldado les recuerda que la guerra continua y que a diferencia de él, ellos no están combatiendo.
“El tiempo dirá cuánto he cambiado, en qué me he convertido”, dice Orenchak en el documental. En Madrid, en el camerino del Centro Conde Duque, vestido de militar, se imaginaba el día en que llegue la paz. Ahí sí tiene claro qué hará: “Voy a llorar”.
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